La perseverancia es el esfuerzo continuo necesario para lograr aquellos objetivos que nos proponemos. Podemos empezar a educar en el esfuerzo y la perseverancia a partir de los dos o tres años, cuando en el niño y en la niña se despierta el deseo de ser autónomo y el intento de hacer las cosas solo o sola es su mayor motivación. Ha llegado el momento de animarlos a comer sin ayuda o a lavarse lo dientes o ponerse los zapatos solos. La referencia del adulto no desaparece, siempre está cerca para guiarles y ayudarles cuando sea necesario: dando ejemplo, ayudándoles a identificar sus ilusiones y metas, razonando con ellos la necesidad de esforzarse, invitándolos a terminar lo que han empezado, haciéndoles ver que la satisfacción que aporta conseguir algo que nos hemos propuesto gracias a nuestro propio esfuerzo es la mayor recompensa, ayudándoles a entender las dificultades y los fracasos como oportunidades para seguir intentándolo, brindándoles elogios en lugar de premios y consecuencias en lugar de sanciones...en definitiva, educándoles en la importancia del esfuerzo para conseguir el objetivo. Es ese esfuerzo, con meta o sin meta conseguida, el que merece ser elogiado por nosotros como adultos.
Desde el colegio, además, es imprescindible hacer hincapié en la formación de hábitos, la valoración del progreso, la enseñanza de los errores y de las soluciones, la importancia del deporte como aliado o la valorarión de las manualidades como el resultado de un gran trabajo.
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